La ciencia de los eíde (III) – La ciencia siempre anhelada.

La ontologización de los eíde es el peligro constante que sufre la metafísica como ciencia del ser en cuanto ser, la amenaza límite que echaría por tierra precisamente el fruto más valioso de su esfuerzo a base de destruir su objeto de estudio. El estudio del eîdos del «ser-eîdos» es el estudio de la diferencia entre los entes particulares que «son algo» y ese «algo» en cuanto siendo excelente. Los eíde no son en absoluto entes, y esto es lo que produce que la ciencia de los eíde sea siempre una ciencia perseguida pero nunca alcanzada ni poseída. O, dicho en otras palabras, que no sea en absoluto una ciencia.

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La ciencia de los eíde (II) – La estructura onto-lógica del «decir el ser».

La existencia de los entes universales se nos hace patente a través de la predicación que hacemos respecto de las características de los entes particulares en base a ellos según una estructura del juicio predicativo que podemos denominar estructura onto-lógica: «decir algo-1 de algo-2». Es el mismo juicio simple de predicación el que nos introduce en la diferencia entre la existencia concreta de un ente particular y el ser universal potencialmente compartido.

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La ciencia de los eíde (I) – El problema de la existencia de entes universales.

Según un criterio lógico, reconocemos la preeminencia y primacía de los entes universales respecto de los particulares en la medida en que estos últimos reciben de los primeros su determinación ontológica, su ser X o Y. Porque de ellos es de donde les viene a estos su ser mesas y armarios. Pero, de modo complementario a esta primera afirmación, un criterio empirista nos muestra que es imposible sostener que los entes universales existan del mismo modo que los entes particulares dada su manifestación fenomenológica radicalmente diferente, lo cual afecta a nuestra vía de acceso a ellos. Si los eíde son algo, no pueden de ninguna manera ser entes al modo de los entes particulares de la realidad sensible.

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El valor moral de la promesa. La defensa nietzscheana del hombre autónomo (II)

Con su término «inmoralista» Nietzsche se opone a la moral, pero a la moral contraria a la vida, a la moral que está destinada a empobrecer al hombre; y lo hace porque, a través de la genealogía, ha descubierto que existe una condición metafísica que posibilita otro tipo de moral, ha descubierto la voluntad de poder afirmativa del noble, a partir de la cual puede surgir un nuevo ideal: el hombre autónomo, el superhombre.

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La voluntad de poder como herramienta de crítica moral. La defensa nietzscheana del hombre autónomo (I)

Es por todos conocida la clasificación normal o tradicional de Nietzsche dentro de los filósofos amorales o inmoralistas que niegan todo tipo de moral, ya lo hagan a través de una negación total de ésta o de una relativización absoluta de su validez. Y, en verdad, es completamente cierto que Nietzsche se refiere a sí mismo en múltiples ocasiones como inmoralista en oposición al modo como la moral ha sido comprendida hasta ahora.
Pero esto dista mucho de significar para él una oposición radical con respecto a todo tipo de moral. Justamente su descubrimiento más radical, y al que Nietzsche le dará más importancia, es el de la moral cristiana como «tipo», esto es, no como moral en sí; y ello, justamente para señalarnos con el dedo algo que está más allá de esa moral – no ésta, sino otra moral, otros valores, otra forma de valorar, otra mirada estimativa, otra sensibilidad: el superhombre, el hombre autónomo.

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El descubrimiento negativo del ser (I) – La cuestión genética del descubrimiento del mundo externo.

«Es menester subrayar que no tenemos consciencia explícita de todo aquello que se manifiesta en nuestra conciencia. Afirmar que podemos llegar a ser conscientes de nuestro mundo entorno, que podemos conocer directamente la existencia de nuestro mundo a través de los entes que lo pueblan y con los que nos ocupamos porque esos entes son aprehendidos como entes de ese mundo, supone pasar por alto el hecho de que para poder sostener que tenemos mundo debemos primero ser conscientes de que tal mundo está ahí, ya delante nuestra.»

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