La existencia en el abismo en «Del sentimiento trágico de la vida» (III) La vida en lucha.

IV – La existencia en el abismo, y la misión de Unamuno y Manuel Bueno

Ante el plantemiento de la contradicción fundamental de nuestra existencia, Unamuno identifica dos posibles caminos a seguir, cada uno de ellos marcado por una de las dos fuentes de existencia de nuestro ser: el camino de la fe, inspirado por la cardíaca, y el camino de la razón, movido por la lógica (Razón y fe). Pero, dado que ambos caminos se contradicen entre sí, siendo a la vez que ninguno de los dos resulta suficientemente satisfactorio de cara al cumplimiento de nuestro instinto principal, el conatus, la única alternativa resultante realmente factible para seres como nosotros, que comparten en su existencia el seguimiento de la razón y del corazón, recae en una tercera vía: la existencia en el abismo, la vida en lucha, el alimento de la contradicción como fuente de vida (La contradicción fundamental).

Ahora bien, ¿cómo es posible desarrollar esa tercera vía? De los caminos de la razón y de la fe tenemos sobrados ejemplos, respectivamente, en la ciencia positivista racionalista y en la religión. ¿Cuáles son las notas definitorias de ese tercer camino existencial? ¿Cómo puede ser el carácter de alguien que no se deja convencer definitivamente ni por la razón ni por el corazón?

Sombrerero locoLa pista de esa virtud en lucha del héroe trágico que defiende Unamuno se encuentra, en realidad, en el punto al que desemboca la vida racional. En sentido estricto, todavía no hemos comprobado aquí con exactitud qué supone seguir a la razón hasta el final, tal y como sí quedó ya formulado, en cambio, el modo de vida de la fe del carbonero. El racionalismo mayúsculo del que he hablado en las publicaciones anteriores no es, con propiedad, el desarrollo último de la razón, sino la cúspide de su fiabilidad. Aquí la razón está en su apogeo de confianza; lo que no significa necesariamente que se encuentre en la desembocadura del camino al que ésta nos mueve. Pues bien puede suceder que la propia razón oculte sus mismos movimientos para protegerse.

Si seguimos el camino de la razón hasta sus últimas consecuencias, aceptando la confianza en sí misma hasta el límite de su capacidad, este camino termina desembocando, paradójicamente, en un escepticismo radical, tal y como ya demostró Hume. En efecto, cuando la razón intenta llegar hasta el final de su funcionamiento sólo encuentra su fundamento en la voluntad, reconociendo aquel carácter instrumentalmente teleológico que señalé al principio, y con ello encuentra el carácter dolorosamente contingente de todas las demostraciones que ella creía necesarias. “La razón, procediendo sobre la verdad misma, sobre el concepto mismo de realidad, logra hundirse en un profundo escepticismo.” (Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, pág. 147)

Por eso, la razón, en último término, nos lleva a la desconfianza de la razón, o, formulado con más exactitud, a una desconfianza racional en lo racional. Pues lo determinante en este punto es que, al final, es la propia razón, en su apogeo de confianza, la que se critica a sí misma, la que descubre lo contingente y falible de su propio procedimiento. De ahí que este escepticismo sea radical en sus consecuencias: aquí la desconfianza no es la postura de base, el comportamiento inicial, sino la conclusión, el punto de llegada. No se trata ya de rechazar de entrada los procesos racionales y sus afirmaciones científicas, sino de que la propia razón se anule a sí misma como consecuencia de intentar justificar definitivamente su propia credibilidad. Lo que, obviamente, desactiva por completo cualquier nuevo ejercicio racional que intente proclamarse a sí mismo como infalible.

Con todo, esta suerte de autoanulación de la razón es sumamente fructífera, en contra de lo que podría llegar a suponerse. La clave de ello reside en que de esta desconfianza racional en lo racional no es idéntica a la que defiende la fe. Así, mientras la fe propugna, como vimos, la desactivación de la razón en su propio beneficio, para poder sostener lo increíble, la anulación de la razón que estamos aquí considerando supone la demostración racional de sus limitaciones, la conciencia racional de que la razón está siempre volcada a una vida que se encuentra más allá de sus límites. No por nada Kant denominó «crítica de la razón» a esta conciencia que alcanza la razón pura al encontrar la cosa en sí como límite de posibilidad de su funcionamiento trascendental y, por tanto, prueba de su finitud sensible. Este reconocimiento por parte de la razón de sus límites, de que más allá de ella se encuentra el verdadero fondo de la vida, es lo que nos marca el camino hacia ese tercer modo de vivir que nos propone don Miguel.

Hugues_Felicité_Robert_de_LamennaisUn filósofo citado por él, Lamennais, nos lo explica con claridad:

“‹‹¿Iremos a hundirnos, perdida toda esperanza y a ojos ciegas, en las mudas honduras de un escepticismo universal? (…) No nos lo deja la naturaleza. (…) La certeza absoluta y la duda absoluta nos están igualmente vedadas (…) porque el escepticismo completo sería la extinción de la inteligencia y la muerte total del hombre. Pero no le es dado anonadarse; hay en él algo que resiste invenciblemente a la destrucción. (…) Quiéralo o no, es menester que crea, porque tiene que obrar, porque tiene que conservarse.››” (Lamennais, Essai sur l´indifférence en matière de religión, parte III, cap. 67; citado en: Del sentimiento trágico de la vida…, pág. 156.)

Lo que el escepticismo nos enseña es que la razón tiene limitaciones, que no puede mandar por completo en nuestra vida porque ella misma responde a las necesidades del corazón; y, aun así, nos es necesario guiarnos con la razón porque es gracias a ella como sobrevivimos. Por eso, ni el escepticismo absoluto ni la fe absoluta del carbonero son buenas guías para nuestra vida, sino que la razón debe, aceptando sus limitaciones, reencontrarse con el corazón, con esa fe que ella misma niega, y vivir con ella en la lucha.

Ésta es la explicación de cómo razón y fe se encuentran en el abismo del sentimiento trágico de la vida y se abrazan en lucha como hermanas. Ni la razón seguida fielmente, ni el escepticismo en el que ésta desemboca, ni la fe inamovible del carbonero son, en último término, caminos aceptables para aquellos que, como don Miguel o como yo, necesiten seguir tanto a su razón como a su corazón. No, la verdadera vida, la vida en su máximo potencial, se desarrolla sólo cuando la razón escéptica y el corazón crédulo se encuentran en el abismo y se enfrentan el uno al otro. Pues en este enfrentamiento la razón, al haber reconocido sus límites después de haber desembocado en el escepticismo, se apoya en los deseos de la voluntad y los despliega en el mundo, y ésta, después de haber comprobado la resignación de la fe del carbonero y la necesidad de atender a la razón, fuerza a esta razón escéptica a cumplir sus necesidades. Ambas, razón y voluntad, se limitan entre sí a la vez que se fuerzan a ir hasta el final de sus capacidades: la razón desmiente a la voluntad y la obliga a ser más racional en sus creencias, y la voluntad fuerza a la razón y le exige satisfacer sus deseos.

el-absurdo-pecado-desnudez-L-tVWx4pPara Unamuno, lo importante no es, como hemos visto, vivir sólo según la razón o sólo según el sentimiento, sino sentir el sentimiento desde la razón, y pensar lo racional desde el sentimiento: es decir, la vida en la lucha, en la tensión entre ambas herramientas vitales. En vez de hacer pactos entre razón y fe que anulen sus capacidades, como hace la teología racionalista o el deísmo natural, mantener viva la contradicción. Es el excelso grito de Tertuliano: credo quia absurdum!, creo porque es absurdo, porque lo absurdo es lo que responde a mi voluntad, y mi voluntad se despliega a través de la razón. Es la locura proclamada en alta voz, como decía Pablo de Tarso a los griegos.

Lo mismo nos confiesa el propio Manuel Bueno: “¡Mi vida, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio!” (Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, pág. 128). Él, que mantenía a sus fieles en la fe del carbonero, en el sueño eterno de unos pocos años, era incapaz de creer como ellos, y por eso se mantenía en la agonía del cristianismo, en la tensión, en la contradicción del abismo. Y de esa contradicción sacaba su fuerza y su valor: él había encontrado el verdadero camino de la vida, el camino trágico, el único camino en el que la vida puede aparecer en todo su esplendor. Todo otro camino, tanto el de la fe del carbonero como el del racionalista exacerbado, es un camino enturbiado, oscuro, un sueño inconsciente, y no sueño consciente de su ser sueño limitado.

Garden of Earthly DelightsPorque, en último término, de acuerdo a nuestro conatus fundamental, lo importante es vivir, y vivir más, vivir todo lo que se pueda; y si la razón y la fe por separado suponen la aniquilación de una parte de mi vida, pero juntas y en lucha la potencian hasta el infinito en una eterna búsqueda y esperanza agónica, entonces más valioso me es creer en la fe desde la razón y en la razón desde la fe que creer sólo en una de ellas, a pesar de que esa existencia en el abismo suponga, en algún sentido, engañar a la fe con la razón y a la razón con la fe.

“¿Que me engaño? ¡No me habléis de engaño y dejadme vivir! (…) ¿Que sueño? Dejadme soñar; si ese sueño es mi vida, no me despertéis de él.” (Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida…, pág. 109) 

La vida es, en el fondo, sueño, sueño soñado por un Dios soñador, sueño dentro de otro sueño, y aquello que da sentido a ese sueño no es sólo la razón o sólo la fe, sino ambas en lucha.

Hay, no obstante, un problema radical en esta propuesta vital de Unamuno, que en realidad es el problema de la interpretación de toda su filosofía. Se trata, como señalé ya al principio, de que a don Miguel no hay que escucharle con la razón, sino con todo nuestro ser, y por lo mismo esta propuesta no hay que analizarla desde sus condiciones y consecuencias lógicas, sino vitales. Dicho de otro modo: que la lucha entre razón y fe sea el mejor modo de vivir la vida, que el único camino para dar la mayor cuenta posible de nuestra esencia de conatus y del deseo de inmortalidad derivado de ella sea el camino agónico de la contradicción entre ambas, no es algo demostrable, sino vivible. Hay que vivir en la lucha para entender que ésta es el mejor modo de vivir.

“[Por el camino de la lucha y la contradicción entre razón y fe se verá] cómo de este abismo de desesperación puede surgir esperanza, y cómo puede ser fuente de acción y de labor humana, hondamente humana, (…) esta posición crítica. (…) [Se verá] su justificación pragmática (…), cómo para obrar, y obrar eficaz y moralmente, no hace falta ninguna de las dos opuestas certezas, ni la de la fe ni la de la razón, ni menos aún –esto en ningún caso– esquivar el problema de la inmortalidad del alma.” (Ibíd., págs. 162-163)

VitalismoAun si podemos aceptar como un hecho la contradicción entre razón y fe, y si el sentimiento trágico de la vida puede entonces presuponerse en cualquier persona humana, no es empero tan fácil establecer a priori que el camino de la lucha sea el mejor camino, ya que para ello hay que vivir ese camino. Y, cómo ya dijimos antes, “las consecuencias dependen, más aún que de la doctrina, de quien las saca” (Ibíd., pág. 163).

Parece que, igual que no es dado a todos saciar la sed de inmortalidad con la fuente de la fe, tampoco nos es dado demostrar de modo válido para todos el factor vitalmente positivo de la propuesta de Unamuno; lo único que podemos hacer, don Miguel en sus obras y yo ahora ante vosotros, es hablaros acerca de ese camino, e intentar persuadiros con ello de que viváis en la lucha, en el abismo, y de que saquéis esas consecuencias positivas. Porque pensamos lo que sentimos, para explicárnoslo y justificárnoslo, y sentimos lo que pensamos, para poder sentirlo con más fuerza, cada uno debe enfrentarse por sí mismo a la vida, a las doctrinas filosóficas y a sus sentimientos, y sacar sus propias consecuencias.

Y, en el fondo, no otra cosa se propuso Unamuno a la hora de hablar del sentimiento trágico de la vida.

“Mi obra –iba a decir mi misión– es quebrantar la fe de unos, y de otros, y de los terceros, la fe en la afirmación, la fe en la negación y la fe en la abstención, y esto por fe en la fe misma; es combatir a todos los que se resignan, sea al catolicismo, sea al racionalismo, sea al agnosticismo; es hacer que vivan todos inquietos y anhelantes.” (Ibíd., pág. 282)

Podemos, como hace Manuel Bueno, dejar vivir a los crédulos en su fe, tanto a los carboneros en su fe en Dios como a los racionalistas en su fe en la razón, para así hacerles felices y librarles de la angustia de la agonía vital del sentimiento trágico. Pero si somos seres realmente morales, lo que haremos, lo que nos propondremos con fuerza en nuestras vidas y en nuestras argumentaciones filosóficas, será precisamente el hacer que todos vivan con más fuerza, que vivan más, que anhelen con todo su ser vivir eternamente; aunque ello conlleve una existencia trágica tanto en la alegría como en el sufrimiento. En último término, sólo por este camino esa alegría y ese sufrimiento serán verdaderamente humanos, propios.

Y si esta propuesta moral no sirve como conclusión de todo lo dicho hasta ahora, valga esta última confesión como punto final:

YoUnamuno“En una palabra, que con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme. Y cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano. Como no llegue a perder la cabeza, o, mejor aún que la cabeza, el corazón, yo no dimito de la vida; se me destituirá de ella.” (Ibíd., pág. 164)

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